Al llegar a la calle designada, olvidé el número del domicilio. Sabía que era una cuadra antes, o después, del templo en que conocí a mis QQ.·.HH.·., pero, por más que recorría de un extremo a otro de la calle, no daba con el sitio. Fue entonces cuando se abrió la puerta de una casa, que bien podría haber sido cualquier casa, y me atendió quien sería mi Guía en el proceso de mi muerte. Dejé mi mochila en un salón con biblioteca y fui llevado al garaje de la casa, donde había una silla. Mi Guía me dijo que debía esperar a que me llamen, luego me dejó solo. Comencé a regular mi respiración, a relajar el cuerpo. Estaba nervioso. Sin darme cuenta, mi vida me había preparado para éste momento. Iba a morir, por fin, y a obtener una segunda posibilidad. Concentré mi mirada en las plantas verdes del jardín. Las formas, que asemejaban a viscosos tentáculos, me remitieron a otras oportunidades en que había estado a punto de morir. A los siete años, cuando estuve cerca de caer por un acantilado en Amblayo. Después recuerdo otra, luego otra, luego otra, hasta llegar al momento en que me encuentro sentado en la silla, mirando las plantas y esperando mi turno para morir. Antes de llegar al Templo, almorcé con mi padre y su familia. Quise despedirme de mi madre y mis hermanos, pero no los encontré. Durante el almuerzo, Costillas de cerdo con ensalada y de postre durazno con dulce de leche, mi padre me preguntó a dónde iba. A un evento, respondí. Me bañé, me afeité. Me puse un traje negro, zapatos negros, corbata negra. Tan elegante me veía que, según mi padre, parecía que iba a un funeral. Para la madre de mi madrastra, yo iba a una boda y, además, yo era el novio. Reflexioné sobre eso, mirando las plantas y moderando mi respiración. ¿Voy a una boda o a un funeral? ¿Soy el novio o soy el muerto? Escucho un ruido metálico del otro lado de la puerta, la voz del V.·.M.·. que realiza algunas preguntas. No entiendo las preguntas. Del otro lado de la silla, se puede escuchar a los niños jugar en la vereda, vecinos que hablan, autos que pasan. Vuelvo a fijar mi mirada en las plantas, que todavía respiran moviendo sus tentáculos. Krishna hace aparición en mi mente, y sonrío. Por fin sonrío. No por alegría, sino por estar complacido. No estoy solo. Recuerdo a Krishna apareciendo en mis sueños, bifurcado en innumerables avatares. Recuerdo las lecturas del Mahabharata, las lecturas sobre la guerra entre los cien Kauravas (que representan a nuestros cien vicios) y los cinco Pandavas (que representan a nuestras cinco virtudes). Recuerdo las virtudes de los Pandavas, y recuerdo también sus defectos. Recuerdo mis intentos de suicidio por no soportar el infierno de esta vida. Recuerdo la epifanía, Krishna apareciendo en mi pesadilla para despertarme. Veo a Krishna en las plantas, lo escucho reír con los niños que juegan en la vereda. Se abre la puerta y mi Guía me pide que lo siga. Trae una bolsa consigo y pide que deposite allí mis pertenencias. No tengo ninguna, y se va con la bolsa vacía. Me pide que me quite la corbata y me desabroche la camisa. Desnudo mi brazo izquierdo, mi pie. Me venda los ojos, no lo me los venda. Ese acto permanece en duda en mi cabeza. Me lleva hasta mi tumba y me pide que escriba mi testamento. Estoy solo en la oscuridad, iluminado por una vela que alumbra las preguntas que contienen el triángulo. Veo carteles de amenazas. Amenazas que ya he vencido. Veo la fecha de mi muerte en la lápida 01/01/86 – 10/02/19. Morir a los treinta y tres años. Comienzo a escribir mi testamento. Dios vive en mí, y mi deber es manifestarlo. Los deberes de los hombres libres es el de mantener calmo el río del Dharma. El deber de los hombres libres es que todos los hombres lleguen a la iluminación. Los beneficios que espero son las virtudes de los Pandavas, la decisión de destino, la fuerza, el triunfo, la belleza y el conocimiento. Sólo espero compañía en esta Vía. Le digo a mi Guía que estoy listo. Se lleva mi testamento, vuelve y me venda. Me lleva a un sitio que desconozco. Escucho la voz del V.·.M.·. leer en voz alta mis respuestas, escucho a los demás murmurar. Voy a morir, me digo. Mi Guía pide permiso, formalidades que establecen que estaba perdido antes de llegar, y en verdad lo estaba, y que ahora pedía permiso para entrar porque, al fin, era un hombre libre y de buenas costumbres. Cómo dirían los estoicos, el destino nos marca a todos. En mi caso, es una espada en mi pecho, mi sangre como pacto de lealtad. Voces fantasmales preguntan por las respuestas de mi testamento. Preguntan si soy yo quien ha escrito. Recuerdo a Buda meditando frente a Mara. Digo sí. A todo digo sí. A la muerte le digo sí, a mi muerte le digo sí. A la nueva oportunidad le digo sí, a la iluminación digo sí. No lo dicen, pero lo sé. Voy a volver a nacer. Mi Guía me lleva por diferentes estadías. El Aire que simboliza mi nueva vida, libre de los pesos materiales. El Agua que me bautiza, el Fuego que calienta mi espíritu y me lleva a la iluminación. Mi Guía me lleva por un recorrido que todos conocen, menos yo, y mi misión es confiar. Finalmente, el último martillo golpea en mi pecho, y la voz del V.·.M.·. vuelve a preguntar. ¿Voy a seguir insistiendo? Quiero volver a nacer, es todo lo que pienso. No me gusta estar muerto. No me gusta ser un muerto que camina. Quiero vivir. Insisto. Me llama a quitar las vendas de mis ojos. Es mi nacimiento. Abro los ojos. Espadas apuntan a mi cuello. Es el peligro de la vida, el compromiso de la misión, el río calmo del Dharma. Mis tres golpes hacen brillar la piedra.
Imagen: https://www.diariomasonico.com/biblioteca-masonica/autores/rene-guenon/las-condiciones-de-la-iniciacion
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